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Capilla Oscura

Corría el año 1999 y en un pueblito del interior del país, de esos que te da trabajo llegar, la gente estaba consternada por un hecho turbio y enfermizo.


En el pueblito de Villa Capé, a varios kilómetros de la capital departamental más cercana, nunca se había interrumpido la monótona paz reinante, hasta ese nefasto día… pero más adelante desarrollaré el tema, ahora déjenme describirles la zona.

De estos pueblitos hay miles en el mundo, de los que tienen no más de cien casas y los habitantes se conocen casi como familia al ser un número tan reducido, no más de 250-300 personas. Sólo algunos habitantes habían decidido irse, mas sólo un joven lo hizo realmente, se llamaba Julián y nunca más se supo de él.


Los días en este tipo de pueblos transcurren lentamente ya que la tecnología y su vértigo aún no los dominan.

Villa Capé está compuesta de por algunas casas, una capilla, un almacén de ramos generales y un pequeño destacamento policial que casi siempre está vacío ya que ahí nunca pasaba nada y como el oficial asignado muchas veces venía de lejos, optaban por “obviar” este pueblito.

Como les conté en el pueblo hay una pequeña capilla, llamada Santa Rosa de Capé y tiene algo más de 100 años. Este lugar es precedido por un pastor, Jacinto Schulz, uno de los tantos hijos o nietos de inmigrantes fundadores que son muy comunes en los pueblos del interior. Jacinto está casado con Gabriela Mendizábal, hija de un ex militar y con la cual tenían 2 hijos mellizos y en espera de un tercero que en un mes nacería.


A parte de la capilla, Jacinto maneja una cosechadora y es así como se gana la vida ya que lo contratan de distintos campos.

El embarazo de Gabriela estaba casi a término y su cuerpo cansado pedía a gritos que llegara ese día. A parte de cuidar a los mellizos, Federico y Diego, ella tenía a cargo las tareas de la casa y compartía el mantenimiento de la capilla si lo requería.

Todo venía bien con el embarazo y ese vientre creció muy muy bien, pero misteriosamente Gabriela enfermó, nadie sabe de qué, la vieron varios doctores y ninguno supo dar con el diagnóstico exacto. Le recetaban medicamentos varios, estudios de esto y aquello, pero nada, en los resultados todo era todo normal decían.


Jacinto, sin decir nada, tragaba dolor y lágrimas, ella era su fiel compañera y amante...

Con la misteriosa enfermedad avanzando y faltando solo 2 semanas para la fecha del parto, los doctores decidieron una peligrosa cesárea ya que Gabriela posiblemente no llegaría con fuerzas al parto y se complique la vida del bebé. Jacinto se rehusaba a esta decisión, un poco por miedo y más aún por ignorancia, le asustaba perderlo "todo".

Celebraron una pequeña misa en nombre de Gabriela y el bebé, como pidiéndole a ese ser inmenso y omnipresente que sanara a esa mujer mágicamente y cuidara a ese fruto del amor, aferrándose a esa creencia de que los milagros ocurren y dejando de lado la ciencia.


Mucho fue lo que charlaron Gabriela y él sobre esta operación, sobre lo bueno y lo malo y sobre una realidad, el peligro que estaba latente y era mucho en ese momento. Viéndose superado en peticiones de amigos y familiares decidió hablar con los doctores para que, siempre guiados por un Dios, ayudasen a su mujer. El tiempo se agotaba y los riesgos subían hora a hora, pero igualmente se preparó todo para la cirugía.


Ya en el quirófano los doctores notaron que algo no andaba bien, Gabriela estaba muy débil y posiblemente no resistiese a la cantidad de fármacos.

Como todo profesional entrenado los doctores tomaron la decisión de hacer lo humanamente posible por salvar a ambos, aunque era casi seguro que ella no lo haría.

Empieza la cirugía y a los pocos minutos pasó lo que todos temían, arritmias y un paro cardio respiratorio terminaron con la vida de esa madre...

Los doctores hicieron todo lo que estuvo en sus manos, guiadas o no por algún Dios, para tratar de salvar al bebé y lo lograron...

Ha llegado al mundo una hermosa niña.


Ahora llegaba el momento más dramático, informar a los familiares lo ocurrido.


Al salir del quirófano el doctor ve a la distancia a Jacinto, sentado en el piso, apretando su boina gris con las manos como haciendo catarsis, con la mirada vacía perdida en una pared blanca, como si supiera lo que él tenía para decírle. Jacinto vuelve en sí, levanta la mirada y ve al doctor que por su cara no traía buenas noticias.


Al informarle lo ocurrido Jacinto dejó caer sólo una lágrima, sólo una, el resto se las tragó mezclándolas con bronca e ira. Tanto así fue que tragó, que no dijo ni una palabra, sólo se dirigió a la cuna donde estaba su hija y ahí la ve. Era un bollo regordete de trapos, se le veían sólo los ojos, esos que hicieron contacto con los de Jacinto y que lograron que él dejara caer otra lágrima.

Pero él aún no entendía que estaba pasando y de tanta bronca que tenía tomó con una mano la cuna y la sacudió brusca y rápidamente como pidiéndole explicaciones, para después soltarla y marcharse sin más.


La procesión va por dentro muchas veces, ésta es una de esas veces.

A Jacinto le llevó mucho tiempo asimilar que Gabriela ya no estaba, que ya no se oía, que ya no la besaba y que su lado de la cama seguiría vacío. Pero el tiempo pasa y pasó para todos, incluso para esa niña, María, que ahora ya tenía 1 año y era una bebota hermosa.

María tenía unos hermosos ojos verdes, como Gabriela y en los cuales Jacinto no quería reflejarse, le hacía mal decía él y usaba eso como excusa para no prestarle mucha atención a la beba que era cuidada por sus hermanos ya que él no quería saber nada con ella.


Un hombre que predica el amor y el perdón, paradójicamente lo niega?


Jacinto nunca aceptó las explicaciones de los doctores y culpaba de la tragedia a la bebé, que ella vivía gracias a la muerte de su madre, que ella le arrebató su amor.

La pobre niña, era cuidada por sus hermanos y una tía que al ver la situación enfermiza y descabellada le pidió a Jacinto para llevársela con ella y evitar mayores problemas, pero él dijo que no una y otra vez.

La situación mental de Jacinto, después de una leve mejoría, empezó a empeorar más y más, ahora también se había volcado al alcohol.

Había días en los que llegaba en tal estado de ebriedad y agresividad que los hijos se iban llevándose con ellos a la bebé. En los peores días él hablaba de que Gabriela se le presentaba y le pedía que se fuera con ella. Jacinto ya había perdido algunos trabajos por causa de sus delirios y borracheras, ahora también se le sumaba el tema monetario.


Un día estaba trabajando en su cosechadora a unos kilómetros del pueblo, tuvo unos problemas con el capataz y terminaron muy mal, ambos en la comisaría del pueblo vecino y durmiendo en un calabozo unos días.

Después de ese día se lo notaba más calmo a Jacinto y ya no tomaba tanto, aunque su desprecio y desamor por esa niña estaban intactos, eran tan notorios que al pasar por al lado de ella la quedaba mirando a los ojos como buscando respuestas, tan seriamente que hacía llorar a la bebé.


Cómo la mente humana nos puede transformar en los demonios que muchas veces quisimos combatir...

Un Domingo casi como cualquier otro, en una mañana tranquila y después del almuerzo, los niños estaban jugando afuera en el campo. A todo esto, Jacinto los miraba desde una reposera mientras hacía fondo blanco de su sexto vaso de whisky. Los miraba fijamente, como buscando entender que parte se había roto, dejando de lado el corazón.

Tan fuerte fue esa panorámica que esa tarde, sentado en la reposera, lloró y mucho.


El sentimiento de bronca creció y creció, hasta que un día...


Era un miércoles en la tarde y los niños jugaban afuera como de costumbre. Jacinto estaba sentado en su cosechadora, con su vaso de whisky y una mirada llena de nada mirando a sus hijos, especialmente a María.

En determinado momento los mellizos se alejan y María queda jugando sola con sus juguetes y a partir de ese instante todo el día se tiñó de negro y frío...


Jacinto ahogado por sus penas, con mucha ira, mucho dolor y manejado por el alcohol vació sus ojos, los cerró y prendió la máquina direccionándola hacia la indefensa bebé.


La mente humana tiene tanto poder que nos guía a crear las cosas más asombrosas o a realizar los actos más macabros...

Como podrán imaginar una bebé de 1 año no pudo escapar rápidamente de esa bestia que se acercaba guiada por un oscuro ser y lamentablemente lo inevitable pasó. El ruido del motor no pudo apagar el único sonido que se escuchó antes de que el cielo se tornara gris y el pasto rojo... "-Papi!"


¿Cómo somos capaces de tales atrocidades? Qué gen tendría que buscar la ciencia y extirpar para que cosas así no ocurrieran nunca, nunca más??


Al escuchar el ruido los hermanos salieron corriendo de la casa y vieron una escena terrorífica, su padre totalmente ido sentado en la cosechadora y debajo... debajo ya nada.

Gritos de auxilio, llanto, corridas, pero nada hizo que Jacinto tan siquiera moviera un pelo, no era él el que estaba sentado ahí, era su rencor.

La ayuda llegó pero ya nada se pudo hacer por la niña, había fallecido de una forma espeluznante.

Fue la policía la que logro bajar al demente hombre de la maquinaria, nadie más se animaba a acercarse ya que ese no era el Jacinto que conocieron, ese pastor amoroso, excelente marido y buen padre, ése se había ido con Gabriela en aquel quirófano...


Jacinto fue procesado con prisión por homicidio y encerrado en la celda más oscura y fría que tenían, aunque a ese hombre ya nada le importaba.


Los niños finalmente fueron entregados a su tía y lamentablemente nunca más podrán sacarse esas imágenes de su retina.

Los días para Jacinto eran un calvario, no sólo por los otros reclusos y el repudio para con este tipo de personas, sino porque sin el alcohol él recordaba todo y el dolor era casi tan grande como la culpa. Tanto fue así que decidió quitarse la vida colgándose en su celda una noche fría en mayo del '99.

La policía encontró el cuerpo sin vida de Jacinto y una carta en el piso que decía:


"Ahora que pude recuperar el control y logro ver lo que hice me voy, yo ya no pertenezco a este mundo, el infierno me espera. Amé y amo a mis hijos, a los 3, sí a los 3. Le pediré disculpas eternamente esté donde esté, aunque esto no sirva de nada ahora. Hija, desde aquel terrible día me has visitado todas las noches, te presentabas junto a mi celda, toda de blanco y con esos ojos verdes que aún brillaban tanto como aquel día que te vi por primera vez. Siempre que apareces me extiendes la mano, como llamándome o pidiéndome algo... yo creo que me pides explicaciones, que me reclamas un porqué y no lo tengo... papá no sabe por qué lo hizo, pero papá te ama y en su momento te lo voy a decir al oído mientras te abrazo.

Fede, Diego no dejen que el odio manche sus almas, él se esparce como un virus y los enfermará, los amo. Gabriela, fuiste mi compañera y amante, mujer y madre, fuiste todo y mucho más... perdóname..."


Esta carta estaba húmeda, como si la hubieran escrito con lágrimas en vez de tinta.

El ser humano y su mente son capaces de grandes cosas, hermosas y majestuosas, pero cuando son manejados con el odio o el rencor las atrocidades más impensadas ocurren y lamentablemente cada vez son más comunes. No dejemos que nos gane la oscuridad...



Marcelo Pereyra.

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